Siglo XIX. Servidumbre. Lacayo

LACAYO

Directamente por detrás del mayordomo se encontraba el lacayo. Si en la casa había más de uno, se distinguían según su entrada en la casa. Eran habitualmente colocados de acuerdo con su altura, tamaño y buena presencia. A menudo los lacayos eran emparejados según el tamaño y el aspecto, y los entrenaban para actuar al unísono o en perfecta armonía.

Los lacayos tenían una amplia variedad de deberes que iban desde llevar los bultos de la señora de la casa, pulir el cobre y la plata de la casa, o limpiar los zapatos.

Las obligaciones del lacayo consistían en preparar la bandeja del desayuno, limpiar los zapatos, cepillar el barro del bajo de los vestidos y las ropas de montar a caballo, parar y pagar a los cocheros o taxistas (aunque luego reclamaba ese dinero al administrador de la casa, con frecuencia el Ama de llaves o el mayordomo). Si la familia tenía perro, sería función del lacayo sacarle a pasear. También ayudaría a la señora a descender del carruaje, le abriría las puertas de las tiendas o comercios a los que entraran. Esperaría en la calle hasta que ella saliera y llevaría los paquetes o bolsas, le ayudaría a subir nuevamente al coche, y taparía sus rodillas con una manta. En caso de ir a hacer alguna visita, primero descendería el lacayo para asegurarse de que la persona a visitar se encontrara en el domicilio, en caso de que no hubiese nadie sería él quien dejaría la tarjeta de visita de su señora.

Debido a su exposición pública durante las comidas y en las visitas, se procuraba que los lacayos fueran los más presentables de los criados masculinos de la casa.